A menudo caemos en la "trampa del espejo". ¿En qué consiste, preguntas? Pues consiste en colocar sobre aquel espejo de toda la vida, en el que nos mirábamos de pequeños, una foto de nosotros mismos que pensamos que nos favorece. En esa foto, aparecemos tal como queremos vernos y, sobre todo, tal como queremos que los otros nos vean. Cada mañana al levantarnos, nos situamos frente a la foto y la miramos como si realmente fuera un espejo. Sonreimos a la foto con esa complicidad del "qué bien estoy" y salimos decididos a comernos el mundo. Si tenemos una inmensa suerte, un día la sujeción de la foto se rompe, y al levantarnos nos encontramos frente a un espejo sucio, que no refleja nada. Y si tenemos aún más suerte, y somos honestos, si somos valientes y determinados, si nos comprometemos con verdad en nuestro corazón, realizamos el gesto más audaz, que puede redimirnos: comenzamos, poco a poco, con tesón, a limpiar el espejo. Vamos descubriendo entonces las huellas que nuestro recorrido por el mundo ha ido dejando, en forma de arrugas y de imperfecciones, y deseamos con todas nuestras fuerzas recuperar aquella foto juvenil e ideal para que vuelva a presidir nuestras mañanas.
Y en este momento, si hacemos acopio de valor y entereza, tomamos la decisión más importante que tomarse pueda. Agarramos el trapo, y seguimos frotando.
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