Anteayer hubo elecciones en Catalunya. Unas elecciones precedidas por una campaña tansa, cargada de hostilidad y amenazas, todo eso enmarcado en un largo periodo en el que, a mi parecer, un sector de la sociedad intenta deslegitimar una forma libre de pensar.
En este caldo de cultivo, he intentado aplicar alguno de los conocimientos que creo haber adquirido a fuerza de lecturas como el Vedantasara.
He procurado discernir entre las propuestas y los valores que enarbolaban las distintas formaciones para identificar aquellos que se anclan en ideas de mayor recorrido o permanencia y aquellas que me resultan más coyunturales. Es posible que me haya equivocado, pero sinceramente, creo que mi ejercicio ha sido honesto.
Esto me ha llevado a priorizar cuestiones como
- la libre autodeterminación de los pueblos
- la voluntad de apartar la corrupción y las malas praxis en la gestión política
- la solidaridad profunda, mucho más cercana a la justicia que a la caridad, con los más desfavorecido o precarizados por la coyuntura
- la intrepidez para tomar decisiones en libertad
- la renuncia a cualquier tipo de xenofobia, machismo, violencia activa o pasiva de género
- la consideración de que la globalización, lejos de suponer un mercado global, nos lleva a la realidad de una "familia" global en la que podemos sentirnos hermanos
Con mayor o menor acierto he considerado estos factores como algo que quiero para mí mismo, y como algo que quiero instalado en mi vida de forma durable.
El domingo voté con el corazón alegre y cargado de esperanza, más allá de cualquier turbulencia coyuntural.
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